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El arte de discutir

No es casual que el término discusión tenga en castellano un sentido negativo, mientras que discussion en inglés apela –entre otras acepciones– al debate fértil y al intercambio de ideas. En los países mediterráneos, cuando surge un conflicto, demasiadas veces el golpe de genio domina sobre el diálogo. Solo hay que comparar las ordenadas intervenciones en un parlamento del norte con el vocerío y las salidas de tono que abundan entre nuestros políticos, muy especialmente durante las elecciones.

Bajo la falsa premisa de que la persona que más grita es quien lleva la razón, no nos hemos educado en el arte de disentir productivamente, una carencia que fomenta la rigidez mental y el pensamiento unidireccional. Sin tener que dar la razón a nadie que no la tenga, en este artículo estudiaremos cómo hacer de la discusión una fuente de soluciones, en lugar de un multiplicador de problemas. Pero veamos primero cómo se genera la discusión que desata tempestades.

La mayoría de discusiones solo
sirven para amplificar los malentendidos”

André Gide

Casi todo el mundo es capaz de defender con moderación su punto de vista en un reunión con extraños -por ejemplo, en el trabajo o en el banco-, pero esto mismo a veces resulta difícil con la persona con la que compartimos techo y años de convivencia.

¿Por qué se recurre tan a menudo al arsenal de reproches y descalificaciones con la persona a la que más se ama?

El opuesto del amor
no es el odio,

sino la indiferencia”

Elie Wiesel

Hay diferentes opiniones sobre el tema, pero la mayoría de especialistas coinciden en que las batallas conyugales guardan siempre una relación con el poder. Por este motivo en el punto álgido de una discusión no se aceptan disculpas. Lo que pretende uno del otro es que ceda terreno a su favor, sea a través de concesiones, de la aceptación de errores o de conseguir un compromiso que cambie la correlación de fuerzas.

Pocas veces discutimos para entender al otro y acercar posiciones. Como boxeadores en un ring afectivo, la discusión de pareja la gana aquel que desarma al otro porque tiene una posición más favorable, mejores argumentos o bien conoce los puntos débiles de su contrincante -por ejemplo, el sentimiento de culpa- y golpea sobre ellos.

Enfrentamientos destructivos

ILUSTRACIÓN DE JOÃO FAZENDA

UNA PELÍCULA

‘Olvídate de mí’

Michel Gondry

Traducida con un título muy alejado del original Eternal sunshine of the spotless mind, disecciona las discusiones y miserias cotidianas de una pareja que, pese a estar enamorados, necesitarán someterse a una cirugía de recuerdos para olvidarse del otro.

UNA NOVELA

‘El desprecio’

Alberto Moravia (DeBolsillo)

Publicada en 1954, muestra la compleja relación entre Emilia y su marido, un guionista de cine que ve cómo su matrimonio se va desmoronando a medida que el éxito llega a su carrera.

Al final, en esta clase de contiendas no hay ganador alguno. Solo se aplaza la resolución del problema cuando no se agranda directamente por culpa del resentimiento que sigue al intercambio de rencores e improperios.

Aunque luego nos arrepintamos, las heridas que se abren en una discusión en la que la adrenalina ha subido sin control pueden tardar mucho en cicatrizar o incluso pueden provocar una ruptura. Y no solo en una pareja. Más de una larga amistad ha quedado finiquitada tras una polémica innecesaria, así como hay miles de personas que pierden su empleo por decir lo que no deberían en el momento menos oportuno.

Cuando hablamos de violencia en las relaciones humanas, tendemos a restringirla a las agresiones físicas que nos horrorizan en la sección de sucesos o, como mucho, a las agresiones verbales que no ponen en peligro nuestra vida, pero sí nuestra autoestima y salud mental.

Un empleado sometido, un día tras otro, a los comentarios destructivos de un superior acabará sufriendo trastornos de ansiedad o incluso una depresión en toda regla.

Sin embargo, hay otra violencia que no emplea la fuerza física ni los insultos. Una forma de agresión que no acostumbra a reconocerse como tal, pero que puede tener un efecto devastador en quien la sufre: el silencio punitivo.

Cuando un conflicto de pareja no se ha resuelto y la parte que cree tener razón castiga a la otra con el silencio, por mucho que esta última intente dialogar, el daño psicológico es igual o peor que recibir una tormenta de gritos. Al menos en este último caso existe el recurso de la defensa, mientras que la daga del silencio mata todas las razones y se utiliza para incubar en la víctima sentimientos de culpa y autodesprecio.

En el entorno colectivo de una empresa, el silencio que solo busca hacer sentir mal a alguien recibe la etiqueta de mobbing, pero esta misma arma se puede utilizar en una guerra para dos.