Generalmente, si hacemos una encuesta sobre un indicador de éxito, muchas personas relacionan esto directamente con el “famoso” coeficiente intelectual, lo que en el ámbito sanitario conocemos como inteligencia cognitiva.
Para poder ponernos en contexto, ésta inteligencia es la suma de una capacidad lógica, razonamiento, resolución de problemas, comprensión y expresión del lenguaje, memoria y atención, entre muchas otras.
Hace tan solo unos años atrás, se pensaba que aquello que iba a determinar un buen éxito en todos los ámbitos (académico, laboral y personal) era el valor de dicho coeficiente intelectual. Motivo por el cual, aún a día de hoy, la inteligencia sigue siendo muy valorada a nivel universal.
Esta perspectiva no cambia hasta el 1983, donde Gardner (psicólogo y profesor de la universidad de Harvard) nos muestra que el coeficiente intelectual no podía explicar la capacidad cognitiva de las personas, sin tener en cuenta la inteligencia interpersonal.
Contextualizando este nuevo término, se trata de la capacidad para entender las intenciones, motivaciones y deseos del resto de personas. O la referente a la capacidad para comprender emociones, limitaciones y motivaciones propias de cada uno.
A raíz de esta nueva información y después de muchas investigaciones, surge el término INTELIGENCIA EMOCIONAL, demostrando a posteriori que el éxito del que anteriormente hablábamos tenía más relación con este nuevo término, que no con el coeficiente intelectual. Comparando ambos, más del 80% del éxito de una persona se puede predecir por su nivel de inteligencia emocional, entretanto solo el otro 20% se explicaría por el coeficiente intelectual de esa persona.
Así que… trabajemos nuestra empatía, tanto con otros como con nosotros mismos, cuidemos nuestra autoestima, aprendamos a marcarnos metas… Pero, sobre todo, si necesitamos ayuda para responder a la mayor de las preguntas que todos alguna vez nos hemos hecho: ¿Qué necesito para sentirme feliz? ¡ESTAMOS AQUÍ PARA AYUDARTE!